Seguí a Dimash

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martes, 3 de noviembre de 2020

El Final del Silencio - Por Carlos Rivadeneira

El Final del Silencio 


De algo estaba segura: no vería la luz de un nuevo día.

 Bajo la bóveda negra del cielo, su conducir errático la llevo a extraviarse por unas callejuelas laberínticas de empedrado macilento. Los gruesos pórticos, los techos curvados y las oscuras ventanas observaron desde un inquietante número de casas abandonadas su frenética evasión, como callados dolientes de un cortejo fúnebre demencial. Se entorpecía su avance con las secuelas que el abandono había ocasionado en ese sitio y desde las sombras las alimañas inquietas se despedían de aquella intrusa, que había invadido su reino de excremento y suciedad, al compás de la danza invisible de las criaturas de la noche.

Ella juzgaba que a pesar de sus esfuerzos aquella silenciosa inmundicia circundante la conduciría como una comitiva desvergonzada y acusadora, a modo de un pagano vía crucis.

El rostro y el cuello le palpitaban con la misma violencia que el miedo que la incitaba a seguir. A duras penas había resistido el brutal ataque y un segundo encuentro significaría su definitiva perdición.    

Aunque fuese su propósito no hubiese percibido ciertos sutiles sonidos que provenían de su mentón. En sus apagados oídos todo se filtraba a través de un zumbido de abejas enardecidas. Una sensación de engranajes poco lubricados, de municiones abolladas y fuera de su eje le llegaba del recuerdo difuso que le producía el zarpazo bestial que casi le costara la vida. La iluminación escasa y la velocidad llevaron a que trastabillara y cayera de rodillas apoyando sus manos en un charco de agua transparente pero de una pestilencia acre en donde se reflejaba la faz de la luna en todo su esplendor.

Y en esa posición, como si de una reverencia lunar se tratase, la iluminación de la reina de los cielos noctámbulos le plegó el velo de la comprensión y para su profundo horror, reconoció en ese reflejo perverso una visión que la perseguiría como una maldición por lo que le quedara de vida: su nuevo y desencajado rostro.

 

La mandíbula le colgaba desarticulada en una posición oblicua que distorsionaba sus facciones en un perpetuo y silente grito de espanto. En su imaginación se le figuró que aquella grotesca máscara de carnaval era un adorno propicio para ese espectáculo infernal, para una comedia enfermiza en donde se le había reservado representar un papel bufonesco por el solo hecho de contribuir al perverso entretenimiento de una bestia que le acechaba a muy corta distancia. Se incorporó y poco le faltó para caer una vez más. Con la conciencia de una cara brutalmente dañada también se hizo presente un penetrante dolor que partía en oleadas intermitentes desde un amorfo bulto ubicado en su maxilar derecho.

Continuó su carrera y le pareció visualizar objetos sin relación aparente a un costado y en medio del camino: un portafolio, una sandalia, un neumático, cosméticos, un carrito de bebé. Las formas oscuras y fugaces se sucedían en su huida como runas de un antiguo texto del cual solo perdura un vago recuerdo. No podía precisar que obstáculos había sorteado porque en la única oportunidad que se volteó para corroborarlos visualizó con pavor, que lamentablemente la proximidad de su cazador era mucho más inmediata de lo que imaginaba.

Al borde de la locura duplicó sus energías.

Cruzó ante las puertas de una tienda. A través de sus cristales dañados la sorprendió el retrato descolorido de una joven sonriente que le ofrecía una tostada desde un olvidado escaparate que en otros tiempos, lejos de aquella desidia sepulcral, gozó de una mejor eficiencia publicitaria. Sintió pena de sí misma en parte avergonzada porque su horrible condición facial ni le permitía disfrutar de un alimento crocante ni tampoco corresponder una sonrisa.

Prosiguió entre edificaciones que modificaron su paisaje hacia un ambiente más salvaje al desembocar en una plazoleta de árboles frondosos y de aspecto grisáceo, que a la luz del semblante etéreo que le conferían las estrellas mantenían una actitud de indiferencia mortecina. En una glorieta se detuvo, prácticamente vacía de fuerzas y recostada en el margen de una fuente de aguas estancadas y turbias ornamentada por una estatua de modelo indefinible, resolvió enfrentar a su depredador.

Y este no se hizo esperar…

De las profundidades de esa fuente pútrida lentamente emergió la bestia, como si una pesadilla diera a luz al ser más abyecto que su imaginación le permitiese conjeturar.

 

Sin prisa la criatura reptaba fuera del manantial mientras se sacudía las hojas mustias que le colgaban como líquenes y el exceso de agua maloliente que cubría su piel velluda. Cuando las piernas le fallaron, la mujer retrocedió arrastrándose, arrepentida de su momentáneo arrojo de valor pero sin perder detalle de aquella inhumana visión.

Previamente a enderezarse, el monstruo se mantuvo en cuclillas con los antebrazos afirmados en sus rodillas. Ladeó la cabeza como un cachorro que no comprende la broma de su amo y en sus fauces pareció dibujarse una brutal sonrisa lupina. Brillaba en sus ojos una agudeza siniestra, más humana que animal. Conforme se le acercaba comprobó que la contextura erguida de su atacante no difería en gran medida de la suya propia aunque su fortaleza física fuese diametralmente opuesta. En un intento desesperado rebuscó en los bolsillos un teléfono portátil que se había destruido tras el empujón asesino original.

Entre el momento en que la alzaron sin ningún esfuerzo al tomarla por la garganta y el instante en que su maltratado rostro quedó frente al de la bestia pudo comprobar algunos hechos.

Lo primero fue que su móvil no funcionaba correctamente. Tenía una innecesaria velocidad de respuesta y la precisión de un ebrio ante a una cerradura. En vano intentó realizar una llamada. Como un carrusel fuera de control la pantalla táctil la llevaba de la agenda de contactos a la aplicación del clima y de ahí a la calculadora o al reproductor de música.

Lo segundo ocurrió momentos antes de ser interceptada. Aunque sus ojos ya se habían acostumbrado a esa iluminación crepuscular le pareció que la piel de su agresor latía. Y esto era cierto. Pulgones e insectos de similares características parasitarias se debatían en un festín de sangre y comezón en la oscura maleza de pelos que recubrían su organismo. Y luego, mientras el poderoso animal la sostenía en el aire, la atrajo con violencia hacia su cuerpo y pudo sentir en su pecho la presión de dos grandes protuberancias.

Y en ese entonces fue consciente de la desnudez de su agresor.

El monstruo era una hembra.

La criatura las mantuvo en esa posición, fundidas en un abrazo como si se tratasen de dos amantes que se reconcilian en la oscuridad. Los labios que apenas cubrían su feroz dentadura en un prolongado hocico vibraron para dar inicio a un gruñido que expulsó desde sus entrañas una serie de hedores nauseabundos, mezcla de carroña y fermentación e inclusive un fuerte aroma a leche cuajada. Esto último le trajo un recuerdo que quiso pero no pudo interrumpir: el carrito de bebé...

Sus ojos se desorbitaron y estuvo a punto de perder el sentido.

Una íntima conexión femenina pareció conmover a la mujer lobo y ante la angustiosa mirada de su víctima decidió arrojarla una vez más al suelo. En su caída el teléfono salió despedido de su bolsillo y fue a dar contra un banco de mármol. El impacto encendió su pantalla.

Una dulce melodía que contrastaba en aquella escena siniestra atrajo la atención de la loba. A su mente distorsionada por la sed de violencia llegaron las primeras estrofas de un idioma ininteligible.

Y escuchó una voz

“Pourquoi je vis, pourquoi, je meurs?”

Su mundo de muerte y corrupción quedo suspendido ingrávido, preso de la cadencia de aquel sonido

“Pourquoi je ris, pourquoi je pleure?”

Sus miembros se paralizaron y con unos ojos amarillentos recorrió el terreno desde el aparato que sometía su voluntad hasta la gravilla en donde la mujer lacerada la veía entre la confusión y el espanto

“voici  le s.o.s.

 D`un terrien en detresse”

Una sensación de inmensa congoja le invadió el renegrido corazón, pues no recordaba si esas garras en otra época fueron manos idóneas para acariciar y brindar calor. Toda su capacidad sensitiva realizó una involución hacia un pasado neblinoso en donde no lograba ubicarse como protagonista porque su memoria se había desintegrado con las llamas de su infierno íntimo. Buscó en derredor alguna réplica esperanzadora y fue como una plegaria sin respuesta. Por sus facciones feroces se derramaron amargas lágrimas de dolor. Y mientras la canción progresaba en volumen y emotividad se derrumbó física y emocionalmente.

Entonces postradas, víctima y victimario, quedaron enfrentadas una vez más como en la constante repetición de un circulo vicioso. Como una rueda dentro de otra rueda.

La mujer se levantó con dificultad y sin dedicarle una mirada a la criatura se alejó por un camino que ya había recorrido con anterioridad en más de una circunstancia.

Nunca supo que Dimash y su “S.O.S” le habían salvado aquella noche porque sus oídos estaban dañados. Pero lo que si oyó tras una dolorosa y lenta caminata fue un aullido lastimero que rompió el silencio nocturno.

 

                                       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

 

Ciertas convicciones se vuelven realidad.

La luz de un nuevo día encontró, cual una efigie adormecida en posición fetal con una expresión de insondable paz en el rostro y al reparo de un banco de mármol, el cuerpo desnudo de una joven mujer sin vida. 

 

 

Fin

 

 

 

Uno de los primeros relatos de terror del género de “licantropía” fue escrito en 1837 por el autor alemán Frederick Marryat .Su titulo es “El Lobo Blanco de las Montañas Hartz” y está protagonizado por… una mujer lobo. Este tipo de narraciones me inspiraron en esta y en otras oportunidades. ¿Qué les parecería colaborar (como en este caso) con la creación de distintas obras en cualquier rubro del arte para el enriquecimiento de ese “universo expandido Dimash”? Poder llevar su figura a otros terrenos desde nuestras posibilidades y aptitudes.

¿Sería otro granito de arena no?

Gracias por su lectura y les deseamos felices sueños…

Los esperamos en la próxima columna ¡Saludos Dears!






7 comentarios:

  1. Carlos que barbaro, me mantuviste atrapada en la historia, de principio a fin, me encantó.

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  2. A mí también me encantó. Excelente.Ojalá muchos Dears se sumen desde el arte a tu propuesta de difusión.

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    1. Como estás Mónica! Ojalá se animen, estoy seguro que hay mucho talento oculto que tiene que ser expresado.
      Saludos!

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  3. Ay por Dios! Me hiciste sentir como cuando leo al gran Poe!
    Visualisé claramente el relato.
    La escena bajo la luz azul de la luna llena,la mujer destartalada, herida y harapienta tras el ataque; La criatura surgiendo del agua, mugrienta y asquerosa y repulsiva! Y de pronto, la voz de Dimash rompiendo el cuadro de espanto y llenandolo de claridad y humanidad!
    Me encantó!
    Y me parece exelente idea esta de seguir expandiendo el universo Dimash!
    Saludos desde Chile!
    Kathy lee Dear!

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    1. Que tal Kathy!
      Mira: si hoy fuese mi última columna podría retirarme totalmente satisfecho con el gran halago que me dices, si alguien me compara con Edgar Poe es más que suficiente premio.
      Gracias por tus palabras y por visitarnos!

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  4. Que la eternidad del silencio finalmente no llegue aqui, para cuando tu creación ande gritando ensayos e historias compartidas con los que se autoproclaman mortales y con aquellos otros... Sabes bien amigo, que hasta la mas oculta y fría dura piedra, muro entre los muros, podrá oirte aun desde allá...desde los confines mismos del Universo.

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