De algo estaba segura: no vería la luz de un nuevo día.
Ella juzgaba que a pesar de sus esfuerzos aquella silenciosa
inmundicia circundante la conduciría como una comitiva desvergonzada y
acusadora, a modo de un pagano vía crucis.
El rostro y el cuello le palpitaban con la misma
violencia que el miedo que la incitaba a seguir. A duras penas había resistido
el brutal ataque y un segundo encuentro significaría su definitiva
perdición.
Aunque fuese su propósito no hubiese percibido
ciertos sutiles sonidos que provenían de su mentón. En sus apagados oídos todo
se filtraba a través de un zumbido de abejas enardecidas. Una sensación de
engranajes poco lubricados, de municiones abolladas y fuera de su eje le
llegaba del recuerdo difuso que le producía el zarpazo bestial que casi le
costara la vida. La iluminación escasa y la velocidad llevaron a que
trastabillara y cayera de rodillas apoyando sus manos en un charco de agua transparente
pero de una pestilencia acre en donde se reflejaba la faz de la luna en todo su
esplendor.
Y en esa posición, como si de una reverencia lunar
se tratase, la iluminación de la reina de los cielos noctámbulos le plegó el
velo de la comprensión y para su profundo horror, reconoció en ese reflejo perverso
una visión que la perseguiría como una maldición por lo que le quedara de vida:
su nuevo y desencajado rostro.
La mandíbula le colgaba
desarticulada en una posición oblicua que distorsionaba sus facciones en un
perpetuo y silente grito de espanto. En su imaginación se le figuró que aquella
grotesca máscara de carnaval era un adorno propicio para ese espectáculo infernal,
para una comedia enfermiza en donde se le había reservado representar un papel
bufonesco por el solo hecho de contribuir al perverso entretenimiento de una
bestia que le acechaba a muy corta distancia. Se incorporó y poco le faltó para
caer una vez más. Con la conciencia de una cara brutalmente dañada también se
hizo presente un penetrante dolor que partía en oleadas intermitentes desde un
amorfo bulto ubicado en su maxilar derecho.
Continuó su carrera y le pareció visualizar objetos
sin relación aparente a un costado y en medio del camino: un portafolio, una
sandalia, un neumático, cosméticos, un carrito de bebé. Las formas oscuras y
fugaces se sucedían en su huida como runas de un antiguo texto del cual solo
perdura un vago recuerdo. No podía precisar que obstáculos había sorteado
porque en la única oportunidad que se volteó para corroborarlos visualizó con
pavor, que lamentablemente la proximidad de su cazador era mucho más inmediata
de lo que imaginaba.
Al borde de la locura duplicó sus energías.
Cruzó ante las puertas de una tienda. A través de sus
cristales dañados la sorprendió el retrato descolorido de una joven sonriente que
le ofrecía una tostada desde un olvidado escaparate que en otros tiempos, lejos
de aquella desidia sepulcral, gozó de una mejor eficiencia publicitaria. Sintió
pena de sí misma en parte avergonzada porque su horrible condición facial ni le
permitía disfrutar de un alimento crocante ni tampoco corresponder una sonrisa.
Prosiguió entre edificaciones que modificaron su
paisaje hacia un ambiente más salvaje al desembocar en una plazoleta de árboles
frondosos y de aspecto grisáceo, que a la luz del semblante etéreo que le
conferían las estrellas mantenían una actitud de indiferencia mortecina. En una
glorieta se detuvo, prácticamente vacía de fuerzas y recostada en el margen de
una fuente de aguas estancadas y turbias ornamentada por una estatua de modelo
indefinible, resolvió enfrentar a su depredador.
Y este no se hizo esperar…
De las profundidades de esa fuente pútrida lentamente
emergió la bestia, como si una pesadilla diera a luz al ser más abyecto que su
imaginación le permitiese conjeturar.
Sin prisa la criatura
reptaba fuera del manantial mientras se sacudía las hojas mustias que le
colgaban como líquenes y el exceso de agua maloliente que cubría su piel
velluda. Cuando las piernas le fallaron, la mujer retrocedió arrastrándose,
arrepentida de su momentáneo arrojo de valor pero sin perder detalle de aquella
inhumana visión.
Previamente a enderezarse, el monstruo se mantuvo en
cuclillas con los antebrazos afirmados en sus rodillas. Ladeó la cabeza como un
cachorro que no comprende la broma de su amo y en sus fauces pareció dibujarse
una brutal sonrisa lupina. Brillaba en sus ojos una agudeza siniestra, más
humana que animal. Conforme se le acercaba comprobó que la contextura erguida
de su atacante no difería en gran medida de la suya propia aunque su fortaleza
física fuese diametralmente opuesta. En un intento desesperado rebuscó en los
bolsillos un teléfono portátil que se había destruido tras el empujón asesino
original.
Entre el momento en que la alzaron sin ningún
esfuerzo al tomarla por la garganta y el instante en que su maltratado rostro
quedó frente al de la bestia pudo comprobar algunos hechos.
Lo primero fue que su móvil no funcionaba
correctamente. Tenía una innecesaria velocidad de respuesta y la precisión de
un ebrio ante a una cerradura. En vano intentó realizar una llamada. Como un
carrusel fuera de control la pantalla táctil la llevaba de la agenda de
contactos a la aplicación del clima y de ahí a la calculadora o al reproductor
de música.
Lo segundo ocurrió momentos antes de ser
interceptada. Aunque sus ojos ya se habían acostumbrado a esa iluminación
crepuscular le pareció que la piel de su agresor latía. Y esto era cierto.
Pulgones e insectos de similares características parasitarias se debatían en un
festín de sangre y comezón en la oscura maleza de pelos que recubrían su organismo.
Y luego, mientras el poderoso animal la sostenía en el aire, la atrajo con
violencia hacia su cuerpo y pudo sentir en su pecho la presión de dos grandes
protuberancias.
Y en ese entonces fue consciente de la desnudez de
su agresor.
El monstruo era una hembra.
La criatura las mantuvo en esa posición, fundidas en
un abrazo como si se tratasen de dos amantes que se reconcilian en la
oscuridad. Los labios que apenas cubrían su feroz dentadura en un prolongado
hocico vibraron para dar inicio a un gruñido que expulsó desde sus entrañas una
serie de hedores nauseabundos, mezcla de carroña y fermentación e inclusive un
fuerte aroma a leche cuajada. Esto último le trajo un recuerdo que quiso pero
no pudo interrumpir: el carrito de bebé...
Sus ojos se desorbitaron y estuvo a punto de perder
el sentido.
Una íntima conexión femenina pareció conmover a la
mujer lobo y ante la angustiosa mirada de su víctima decidió arrojarla una vez
más al suelo. En su caída el teléfono salió despedido de su bolsillo y fue a
dar contra un banco de mármol. El impacto encendió su pantalla.
Una dulce melodía que contrastaba en aquella escena
siniestra atrajo la atención de la loba. A su mente distorsionada por la sed de
violencia llegaron las primeras estrofas de un idioma ininteligible.
Y escuchó una voz
“Pourquoi je vis, pourquoi, je meurs?”
Su mundo de muerte y
corrupción quedo suspendido ingrávido, preso de la cadencia de aquel sonido
“Pourquoi je ris, pourquoi je pleure?”
Sus miembros
se paralizaron y con unos ojos amarillentos recorrió el terreno desde el
aparato que sometía su voluntad hasta la gravilla en donde la mujer lacerada la
veía entre la confusión y el espanto
“voici le s.o.s.
D`un terrien en detresse”
Una
sensación de inmensa congoja le invadió el renegrido corazón, pues no recordaba
si esas garras en otra época fueron manos idóneas para acariciar y brindar calor.
Toda su capacidad sensitiva realizó una involución hacia un pasado neblinoso en
donde no lograba ubicarse como protagonista porque su memoria se había
desintegrado con las llamas de su infierno íntimo. Buscó en derredor alguna
réplica esperanzadora y fue como una plegaria sin respuesta. Por sus facciones
feroces se derramaron amargas lágrimas de dolor. Y mientras la canción
progresaba en volumen y emotividad se derrumbó física y emocionalmente.
Entonces
postradas, víctima y victimario, quedaron enfrentadas una vez más como en la
constante repetición de un circulo vicioso. Como una rueda dentro de otra
rueda.
La mujer
se levantó con dificultad y sin dedicarle una mirada a la criatura se alejó por
un camino que ya había recorrido con anterioridad en más de una circunstancia.
Nunca
supo que Dimash y su “S.O.S” le habían salvado aquella noche porque sus oídos
estaban dañados. Pero lo que si oyó tras una dolorosa y lenta caminata fue un
aullido lastimero que rompió el silencio nocturno.
. . . .
. . . . . . . . . . . . . . . .
Ciertas convicciones se vuelven realidad.
La luz de
un nuevo día encontró, cual una efigie adormecida en posición fetal con una
expresión de insondable paz en el rostro y al reparo de un banco de mármol, el
cuerpo desnudo de una joven mujer sin vida.
Fin
Uno de los primeros relatos de terror del
género de “licantropía” fue escrito en 1837 por el autor alemán Frederick
Marryat .Su titulo es “El Lobo Blanco de las Montañas Hartz” y está
protagonizado por… una mujer lobo. Este tipo de narraciones me inspiraron en
esta y en otras oportunidades. ¿Qué les parecería colaborar (como en este caso)
con la creación de distintas obras en cualquier rubro del arte para el
enriquecimiento de ese “universo expandido Dimash”? Poder llevar su figura a
otros terrenos desde nuestras posibilidades y aptitudes.
¿Sería otro granito de arena no?
Gracias por su lectura y les deseamos felices
sueños…
Los esperamos en la próxima columna ¡Saludos
Dears!
Carlos que barbaro, me mantuviste atrapada en la historia, de principio a fin, me encantó.
ResponderBorrarQue bueno que lo disfrutaste!
BorrarSaludos!
A mí también me encantó. Excelente.Ojalá muchos Dears se sumen desde el arte a tu propuesta de difusión.
ResponderBorrarComo estás Mónica! Ojalá se animen, estoy seguro que hay mucho talento oculto que tiene que ser expresado.
BorrarSaludos!
Ay por Dios! Me hiciste sentir como cuando leo al gran Poe!
ResponderBorrarVisualisé claramente el relato.
La escena bajo la luz azul de la luna llena,la mujer destartalada, herida y harapienta tras el ataque; La criatura surgiendo del agua, mugrienta y asquerosa y repulsiva! Y de pronto, la voz de Dimash rompiendo el cuadro de espanto y llenandolo de claridad y humanidad!
Me encantó!
Y me parece exelente idea esta de seguir expandiendo el universo Dimash!
Saludos desde Chile!
Kathy lee Dear!
Que tal Kathy!
BorrarMira: si hoy fuese mi última columna podría retirarme totalmente satisfecho con el gran halago que me dices, si alguien me compara con Edgar Poe es más que suficiente premio.
Gracias por tus palabras y por visitarnos!
Que la eternidad del silencio finalmente no llegue aqui, para cuando tu creación ande gritando ensayos e historias compartidas con los que se autoproclaman mortales y con aquellos otros... Sabes bien amigo, que hasta la mas oculta y fría dura piedra, muro entre los muros, podrá oirte aun desde allá...desde los confines mismos del Universo.
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