O sea,
cuando llegué a la dirección indicada poco antes de las doce del mediodía, pude
ver a la distancia desde el acceso al predio, un bonito cartel pegado a una
puerta blanca que rezaba: “¡Happy Birthday!”. No me equivoqué al pensar que se
esperaba alguna visita internacional, aunque no era anglo parlante.
Golpeé y en pocos
segundos me atendieron.
Me dio la sensación
de ingresar a un mundo cálido y acogedor. El ambiente bien iluminado con el que
me encontré no tenía nada que ver con el clima adverso que le daba un aspecto
grisáceo al exterior del lugar de reunión. En una gran pantalla se reproducían
videos de Dimash y desde unos poderosos parlantes su música sonaba acorde a lo
necesario. Sin un volumen excesivo, se fundía con el murmullo de las Dears
reunidas que en muchos casos aprovechaban para conocerse en persona, así que ni
bien ingresado me dejé contagiar por la energía que se apreciaba entre las
participantes y me predispuse a la aventura.
Pobre de mi...
Instantáneamente me
atacaron dos mujeres: una demasiado joven y la otra... un poco menos joven.
Aclaración
pertinente: como no soy un gran observador y tengo poca memoria, preferí
diferenciar a las distintas Dears con las que traté, de acuerdo a la localidad,
provincia o país del cual provenían, y en otros casos incluso en referencia a
la función asignada dentro del evento. A excepción de dos que son, por un lado:
Vilma (la invitada del extranjero) y por otro lado “Coca”, de quien hablaré en
breve.
Retomo entonces. A
la joven que me recibió la llamaremos “la tesorera”, cabe señalar que cumplió
su labor con el talento de un ave rapaz, nada escapaba al escrutinio de sus
agraciados aunque serios ojos. Tras los “buenos días” de protocolo me ofreció
la cifra convenida con anticipación: 500 pesos, “¡por supuesto!” añadí. Me
anuncié, se acercó a la lista de invitados y al no encontrarme entre los
nombres, me agregó al listado con absoluta desconfianza y sin perderme de
vista. Luego de incluirme, levantó su rostro, me extendió unos distintivos y
aguardó recelosa el valor de la entrada.
¡Que faena tan
admirable la de esa niña! Les aseguro que la recaudación con fines benéficos
estuvieron en las manos adecuadas. Portadora de una estampa atlética y juvenil,
apuesto a que la tesorera podría correr (¡e incluso derribar!) a quien
intentase franquear el ingreso sin abonar el ticket. Pregunté por Paola, me
indicó con el mentón el centro del salón pero no pude reconocerla. Di dos pasos
y otra voz me interrogó a mi derecha, así que por si acaso preparé otros 500
pesos. No fueron necesarios.
La otra dear, la
menos joven, me detuvo con el ceño fruncido porque declaraba haber escuchado mi
nombre.
Sin saberlo, estaba
ante “la Coca”.
La tarde anterior
al encuentro, intercambié algunos mensajes de audio con Paola, y para mi
desgracia, la Coca
estaba a su lado para escuchar mis pálidos intentos de provocar alguna gracia.
Les confieso que al poseer un espíritu prudente, me cuesta divertirme, y mucho
mas aun divertir a un tercero. El dilema es que ella pretendía que yo pudiera
escoltar a su hermana, que desde aquí la llamaremos “Moreno”, porque venía desde su domicilio en el mismo
tren que yo esperaba algunas estaciones después. Esto nunca ocurrió y después
de ser amonestado severamente por ello, pregunté (cohibido) una vez más por
Paola y me indicó en la dirección que me señalara la tesorera. Obtuve el mismo
resultado: no logré verla. Extraño, porque si bien de cerca no veo
correctamente, ocurre lo contrario al intentarlo de lejos. Además soy alto y
puedo otear a la distancia sin problemas.
Pero descubrí que
en la altura, radicaba la dificultad.
Como decirles...
Paola es... muy,
pero muy poquita alta... y por ello se me escapaba del rango de visión a pesar
de las colosales suelas de su calzado.
Al fin nos
encontramos y tras saludos y abrazos, pudimos conocernos después de mucho
tiempo. Me dijo que en la cocina se encontraba una Dear llegada de Chile
especialmente para la ocasión y allí me dirigí.
Me sirvió de guía
un agradable aroma a comidas y al llegar a su origen me sorprendió la imagen.
La cantidad de platillos superaban las superficies de mesadas disponibles y
empezaban a apilarse con el arribo de más y más bocados.
Pero lo
verdaderamente increíble, recaía en Vilma.
Me preparé para
realizar aquella tarde todo tipo de suposiciones que en su mayoría resultaron
erróneas. O bien esa mujer era: trapecista, malabarista o contorsionista,
porque se movía con una gracia y exactitud digna del Cirque du Soleil, o mi
visión me engañaba. Mientras con una mano cortaba tres o cuatro bizcochuelos y
con la otra distribuía sándwiches de miga y pastelitos en varios platos,
extendía una pierna en un ángulo imposible y con un piecito movía asaderas
repletas de empanadas, de los niveles superiores a los inferiores de un horno…
¡encendido! No salía de mi horror, ¿¡por qué la invitada internacional debía
hamacarse como si se tratara del cocinero de un barco pirata!?
No dudé en
ofrecerle mi ayuda y aceptó gustosa, aunque pareció no precisarla. Otra Dear
ingresó en busca de un lugar adecuado para depositar sus alimentos y al no
encontrarlo preguntó: “¿donde puedo dejar esto?”
_ ¡Apóyalo aquí,
Dear! - respondió Vilma con una bella tonada chilena, que no puedo reproducir
en el texto - ¡Con confianza!
Y ahí nomás le afirmaron
en la cabeza, cual un sombrero de lata, tres recipientes con suculentas tartas
de jamón y queso en su interior. ¡Era increíble!, tengan en cuenta que Vilma es
tan alta como Paola... o quizás menos y no acusaba estar esforzándose en lo más
mínimo. Luego de una plática interesantísima y sin dejar de realizar las
acciones mencionadas, sustrajo (de no se donde) un extenso palito con un
celular empotrado en su extremo y nos tomamos una selfie, para lo cual
confieso, hube de agacharme bastante para no derribar las tartas que pendían
amenazantes sobre la humanidad de Vilma.
En el momento que
pensaba: “¡que mujer tan sorprendente!”, subieron los decibeles de la música y
se me llamó para que participase junto a Paola de la apertura del evento.
Camino al salón las
piernas comenzaron a fallarme, producto del pánico escénico. Me instalé junto a
la organizadora y se nos sumaron Malena y Daniela, a quienes recibieron con
mucho cariño. Sentí transpirar mis manos y mantuve una actitud reservada y
silenciosa (como prácticamente toda la tarde) sin poder ocultar lo tímido de mi
carácter. En el otro extremo emocional, Paola se demostraba extrovertida y
risueña; cómoda en su hábitat natural intentaba que yo abordara un desenfado
que escapaba a mis limitaciones. En repetidas oportunidades me enviaba miradas
en busca de un apoyo en el escenario, pero en el acto comprendió que yo no era
el mejor de los partenaire disponibles. Agradezco su atinado criterio y su
corazón de madre, porque con una seña imperceptible y bondadosa me permitió
alejarme del centro de atención que estaba in
crescendo frente a las Dears, cada
vez mas emocionadas. A una veintena de pasos del escenario se encontraba una
amplia puerta de dos hojas que separaba el salón de una solitaria antesala que
conectaba con los baños, la cocina y la secretaría. Desde allí fui testigo de
un hecho que intentaré relatar, cuan humanamente me sea posible.
¿Quién no ha visto canales dedicados a la exploración
de la ciencia y la naturaleza como el “National Geographic”? En algún momento,
es probable que todos, ¿verdad? Entonces no les resultará difícil asociar los
simbolismos. Zonas distanciadas en mi mente, entrelazaron conceptos observados
con anterioridad en documentales informativos sobre todo tipo de danzas
costumbristas, (folclóricas, rituales, etc.) que nos acercan a regiones con
distintos niveles de civilización.
Pues bien...
El hecho que sonara
“Screaming” a todo volumen, funcionó como un pistoletazo de inicio y las Dears
se volcaron a la carrera para ocupar el hall central y convertirlo en pista
bailable. En ese momento, aquella sensación de ingresar a un mundo cálido me
derritió las pupilas, preocupado me alejé unos pasos porque pensé que el piso
se había electrificado y el cuerpo de las Dears era recorrido por una descarga
letal, y por fortuna, aunque lo pareciera, no era cierto. Si “Nat Geo” pretende
sorprendernos con coreografías tribales, es porque nunca ha asistido a una
celebración Dear, lo garantizo. Sin embargo es justo decir que las chicas
compensaban con un entusiasmo admirable, la insólita cadencia de sus meneos. De
haberse presentado aquella tarde, tanto el rigor científico como la lógica del
movimiento hubieran tenido que dar un paso al costado al igual que hice yo, y
oculto en el bullicio busqué refugio en una mesa cuyos integrantes pertenecían
a la zona oeste del gran Buenos Aires y que supuse de características sosegadas
(como las mías), pues no participaron del contoneo popular.
Otra suposición
errónea.
Saludé a las allí
reunidas, y sin percatarme de ello, una joven Dear sentada a mi izquierda me
abordó sigilosa como un agente de operaciones encubiertas, y con un brillo
febril en los ojos preguntó:
_ Por casualidad,
¿no tendrás un sacacorchos?...
Debo
retroceder una hora en el tiempo para ubicarnos en la cocina.
De aquí en
adelante, me propondré utilizar cuantos paréntesis sean necesarios para
reforzar las ideas.
Amén de los
pasteles, docenas de empanadas, cientos de pastelitos, pilas de pasta frolas y
montones de sándwich de miga, bizcochos de grasa y pizzetas (entre otros), las
Dears también arribaron con todo tipo de bebidas, y algunas de ellas, exhibían
la carga de una inquietante graduación alcohólica.
Me refiero a las
bebidas...
En ese ínterin, se
presentó una Dear (la joven preocupada por el sacacorchos) a quien llamaremos
“Merlo”, con un bolso minúsculo de donde emergieron botellas de vino...
¡imposibles de caber en él! (me recordaba al mágico bolso de “Mary Poppins”).
Allí se produjo la
génesis de su interrogante...
Luego, la señora a
cargo de la secretaría, (muy amable) me proveería el utensilio tan buscado.
Pero no nos adelantemos, aun quedan platillos para referir.
¿Les hablé de
“Perú”?
Ésta Dear,
instalada hace muchos años en la Argentina, nació en el país hermano, y
colaboró con una gran cantidad de sándwich (en apariencia de pollo y
deliciosos, aunque no llegué a probar ninguno) ordenados en perfecta armonía.
Si mal no recuerdo, (y amárrese con toda el alma de donde pueda) la cantidad
ascendía a 7854 en total.
Si. Leyó bien.
7854 emparedados elaborados
con mucho amor, y sin lugar a dudas, con largos días de paciencia (incluidas
sus noches). Además con su simpatía, me brindó un auxilio que nunca llegó a
sospechar, en un momento que sudé acorralado entre un gran número de botellas
de contenido efervescente. Cierto es que esa tarde me ejercité a su vez con la
gigantesca pava que hervía eternamente sobre la cocina, (la cual no pesaría
menos de 20 ó 30 kilos) y con la que llené termos y tazas por doquier. De esa
manera, descartaría en los días venideros, los ejercicios de bíceps de mi
rutina de entrenamiento.
Pero volvamos al
salón.
Superada
la extravagante “danza Dear”, se originaron mini juegos, que Paola anunciaba a
pleno pulmón, y que otorgaban premios “consuelo” a sus ganadoras. En la
ambición de superar a sus contrincantes (y en persecución de su objetivo) me
pareció ver puñetazos lanzados con disimulo para pasar inadvertidos; pero no
puedo asegurarlo.
Las pausas entre
cada pasatiempo se aprovechaban para degustar cada platillo presente (recuerden
que eran muchos) en las mesas dispuestas de izquierda a derecha. Cada bando
recibió una denominación alegórica: unas eran “Diko” y las otras “Kanatuly”,
para simular una sana rivalidad entre ambas. Observé alegre, que se regalaban
sonrisas de camaradería de una costa a la otra.
¡Que inocente es mi
esencia! No sospeché entonces las intenciones que escondían ni como darían
rienda suelta al antagonismo que alimentaron. (¡De forma literal!)
¡Que soberbio
apetito demostraron las Dears! Una me confesó al borde del llanto, (llamémosla
“San Miguel”) que en los tres días previos le fue imposible ingerir alimento
alguno a causa de los nervios y la expectativa. O creo que eso me dijo, porque
me hablaba con la boca llena (lo que dificultaba la traducción) de vaya a saber
que misterioso bocadillo, en tanto que en una mano sostenía una empanada de
carne picante y en la otra una porción de tarta con una cantidad de dulce de
leche suficiente para volarle a cualquiera los niveles de azúcar por los aires.
Platos en todas las mesas con delicias dulces y saladas desaparecían ante mis
ojos a la velocidad de un parpadeo y eran suplantados por otros, desbordados
con un cargamento igual de tentador. Era esa epopeya del saboreo un intimo
preparativo de cara al concurso (o contienda) final, en donde el aguerrido
temple Dear, recordado por las fans de Arashi, saldría a escena con un espíritu
robustecido. (Y de paso con el cuerpo también.)
Pero antes… la
danza hizo una nueva aparición.
En esta oportunidad,
dos danzas típicas fueron ejecutadas con excelencia.
Primero, Vilma nos
deleitó con una cueca chilena de bellísima factura. La vimos dar vueltas y
vueltas con un absoluto garbo natural, y especulé asombrado en cuanto a los
ensayos realizados para lucirse de esa forma.
Otra especulación
errada.
Vilma era una
bailarina experimentada, lo que en realidad ocurría era que con tantos giros
precalentaba para presentar batalla por el “gran premio”.
Luego, las chicas
de la zona norte del gran Buenos Aires nos regalaron un espectáculo de patriotismo
y belleza al bailar una chacarera (“La
Yapa”) acompañadas por la propia Paola.
¡Cuanto talento
demostró esa mujer! En los segmentos de giros y vueltas parecía flotar a varios
centímetros del suelo, no por lo alto de sus zapatillas, sino por la armonía de
sus movimientos que recordaban a Ginger Rogers, o porque no, a Fred Astaire.
(¡O a ambos!)
Pero lo sobrehumano
llegó al momento del zapateo.
Repiqueteaban sus
tacos tan veloces sobre el piso como el aleteo de un colibrí, de manera que sus
zapatones levantaban chispas en todas las direcciones y con mi ánimo turbado
ante semejante despliegue no supe si llorar de risa o de emoción. Cuando los
aplausos de las Dears se apagaron, se encendió un sonido que presagió la
debacle: el del brindis…
Puedo diseccionar el desenlace en
cuatro etapas: sorteo, torta, brindis y… cataclismo.
Sorteo: El azar decidió qué premios
acompañarían a las Dears de regreso a sus hogares, mediante una suerte de
lotería que Paola voceaba (cual niña cantora) feliz frente a las participantes.
Entre perdedoras y ganadoras se generó una discrepancia que ya no pudo fingirse
entre las chicas de “Diko” y las de “Kanatuly”; muestra de ello fueron las
miradas de reproche, las conversaciones por lo bajo y las señales de amenaza.
Torta: No participé del corte, ni la
distribución (¡ni siquiera los probé!) de los pasteles tan bellamente decorados
con imágenes de Dimash. Fui repelido como una mosca en el único momento que
pretendí acercarme a ellos, y ahora narraré los hechos.
Brindis: Es difícil ubicar al brindis
en espacio-tiempo, porque se realizaron antes, durante y luego de la fase que
hemos denominado “Torta”. Mas de una botella pasó por mis manos (perdí la
cuenta) para ser abierta, tan así que a pesar que no bebo (esto es
estrictamente cierto) aprecié una ligera embriaguez en mi intelecto.
¿Recuerdan a Perú y esa ayuda que me brindó?
Bien.
Dicha Dear, (llevada a los límites de la
diversión) es dueña de una risa que puede hacer saltar la térmica de un hogar,
y eso ocurrió con docenas de botellas que se descorcharon de forma espontánea
con la onda expansiva de sus carcajadas. ¡El cielo que ilumina mis días,
proteja a esa caritativa mujer! Algo mareado por la faena y las burbujas que
brotaron de cada envase, me acerqué a servirme una porción de las tortas
presentes en el agasajo.
Noté que habían sido cortadas de manera que
el rostro de Dimash (el que estaba en los pasteles) no sufriera amputaciones ni
se mancillara su belleza. Cuchillo y plato en mano, (y dispuesto a cercenarle
la oreja derecha) me detuve a tiempo para evitarme un destino espeluznante:
tres Dears apostadas en la mesa de los dulces, me miraban con la seriedad y las
intenciones de un pelotón de fusilamiento.
Dejé los utensilios y me retiré hacia el
elevado escenario para descansar sobre su superficie de madera.
Nunca lo logré.
Escuché un “plop” a la distancia y después de
un impacto en mi cabeza, la nada absoluta…
Me costó recuperar
el sentido luego de ser abandonado a mi suerte a un costado del escenario en
una posición que manifestaba lo derruido de mi condición y encarnaba la caída
definitiva del cumpleaños. Me incorporé para quedar sentado y me encontré con
el corcho ladino que atentara contra mi persona, de seguro que ese diminuto
kamikaze abandonó
el pico de una botella (a medio destapar) inclinada dentro de un balde con
hielo, quizá por
una risa extrema, o un aplauso desmedido, o por el remate de “Across Endless
Dimensions”.
Quien sabe...
La imagen frente a mí tenia las oscuras
características de un cuadro de El Bosco, una gresca belicosa se había desatado
entre las Dears que luchaban por los premios que, o bien fueron obtenidos por
otras o que sencillamente no se hallaban entre los objetos subastados y tenían
la única intención de engalanar el sitio con artículos de Dimash (como algunos
bocetos de Susana Farroni, por ejemplo). El instinto de supervivencia me
recomendó huir cuan pronto pudiera, para ello me posicioné al ras del suelo y
me dirigí hacia la silla (ubicada a pocos metros del escenario) en donde se
encontraban mis pertenencias. Llegué cuerpo a tierra y tomé mi campera, mi
morral y unos libros de lujosa confección que se me obsequiaron en una pequeña
(e inmerecida) distinción que tuvo lugar por la tarde y que agradecí al público
sonrojado y entre tartamudeos. ¡Que vergonzosos son mis modales!
(Mucho después, sentado frente a la chimenea
en mi casa, con una taza de café preparada por mi mujer para recuperarme del
frío y la lluvia, me percaté que los títulos de los tres libros eran:
¡Aprenda a Escribir de Una Buena
Vez!
(Consejos para quienes ultrajan
la escritura)
Si Usted se Considera
Escritor... ¡Yo soy Kim Kardashian!
(Una dosis de realidad a
quemarropa)
Refine Urgente sus Manuscritos
(O abandone sin demora la pluma, el lápiz y
el teclado)
Con lo
cual pensé que es probable que la junta directiva de La Era Dimash, quiera
decirme algo...)
Con mi
morral asegurado repté en dirección a la salida por debajo de las sillas para
evitar dentro de lo posible la disputa a mis alrededores. De milagro pude
rescatar a tiempo una canasta que se despeñaba al vacío cargada con simpáticas
estatuillas, que en un momento confundí con los premios “Gardel” pero que luego
descubrí se trataban de alegorías a Dimash enfundado en su atuendo “Fly Away”,
las empujé a salvo a un costado y avancé. Al cruzar de un sector de las mesas
al otro quedé expuesto unos segundos que casi logran lo que no pudo el corcho
de “gatillo fácil”: vi impactar un objeto contundente a pocos centímetros por
lo que mis codos y rodillas redoblaron el esfuerzo en pos del éxodo. Creo que
lo que casi me golpea era un andador o dos bastones entrelazados, pero no me
detuve a corroborarlo. En mi huida y sin la protección de las mesas, por poco
fui pisoteado por un grupo de Dears que tironeaban de un mullido almohadón con
una imagen impresa de Dimash; tuve suerte y me salvé por los pelos de un calvo.
Sin aminorar la prisa, no me sorprendió comprobar que Merlo, Moreno y compañía
no participaran de la trifulca, ya que parapetadas en sus asientos, optaron
brindar por el pasado, el presente y el futuro de Dimash, el de su familia,
amigos, vecinos, etc. Me obligué a serpentear por un costado y rodearlas bien
pegado a la pared, para quedar en pocos momentos ante la puerta de salida.
Me erguí con
cuidado para no llamar la atención y cuando estuve dispuesto a saltar al
exterior me encontré con la foto de un muchacho apuesto y alto, escalada a
tamaño real, que parecía querer escabullirse conmigo.
Primero lo ignoré y
apresé el picaporte para salir, pero me arrepentí. Volví sobre mis pasos, lo
miré a los ojos, le palmeé la mejilla y le dije: “¡ahora o nunca, flaco!” tomé
la gigantografía de Dimash, lo cargué sobre mis espaldas a horcajadas, como si transportara
a una chica en una escena de un “dorama” coreano, y huimos en la noche.
Al
percatarse, las Dears salieron a darme caza, pero jamás lograron alcanzarme a
pesar de que portaba un peso extra. Me había comprometido poner a salvo a
Dimash y cumpliría mi palabra. Lo único que escuché a la distancia, fue un coro
desaforado de mujeres que cantaba:
¡Que los cumplas, Dima-ash!
¡Que los cumplas feliz!
**********
A decir verdad, me divertí muchísimo. Y creo que
muchas se divirtieron conmigo.
Se esconden unas cuantas verdades en el texto,
muchas son exageradas, ridículas, y el resto es pura ficción, por el solo hecho
de prolongar el humor que se vivió ese día.
Agradezco a Paola el haberme invitado para formar
parte de la experiencia y espero que se repita. Aprovecho para nombrar a “Mar
del Plata”, a “Córdoba”, a “Olivos”, a “Montevideo” y tantas otras que no
incluí porque si no la columna hubiese sido aun mas extensa. Gracias a todas
por la buena onda y por haber asistido.
Sin más, me despido como siempre: ¡abrazo Dear a la distancia y nos leemos en la próxima!