Seguí a Dimash

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domingo, 11 de julio de 2021

Demanda de Amor II "El Dimash Affaire" - Por María Elena Fragoso y Carlos Rivadeneira

 

Segunda parte: “El Dimash Affaire”




Mi nombre es Lee Majors.

Las volutas de humo del cigarrillo que sostengo no hacen otra cosa que acrecentar las penumbras y la dificultosa definición del amoblado en la semioscuridad de la pocilga que me sirve de oficina. Ni mis años como investigador ni la amistad que me une a Malena Fragoso debieron suponer un compromiso, si hubiese sospechado las incidencias que me llevarían a decodificar una trama tan sombría e inesperada en el corazón del mundo Dear. Varios días de pesquisas fueron suficientes para: recabar toda la información solicitada, acceder al testimonio de cientos (por no decir miles) de implicadas y preparar un informe detallado y escrito bajo el nombre en clave de: “El Dimash Affaire”.

Lamento ser el heraldo de la revelación que me ha sido concedida, y lo lamento por Dimash, del cual me declaro un ferviente admirador, pero en esta oportunidad temo decir que las Dears, van por todo.

Y porque no confío ni en mi sombra es que estoy aquí, en este lugar recóndito y preparado para lo peor. Me parece oír pasos dubitativos (¡los aguardo rufianes, vengan por mí!) y ha de saberse que si este es mi destino final, también puedo asegurar ¡que no será solo el mío!

 

(Nota del editor: Querido lector hay muchas y muy grandes exageraciones en este primer párrafo:

No solo que no se llama “Lee Majors” (además de que esta muy, pero que muy, muy lejos de parecerse al actor estadounidense) sino que tampoco es detective.

Es Carlos Rivadeneira.

Ni tampoco está en juego la vida de nadie, simplemente esta juntando la evidencia que la doctora Fragoso le pidió en la primera parte de la “demanda de amor”- que supongo habrán leído-, y gracias a dedicar parte de su adolescencia a la lectura y el cine considerado “policial negro” y que tiene una imaginación muy activa es que se cree un investigador.

Y el nombre Lee Majors le gustó toda la vida por como suena. Sencillo.

Solo síganle la corriente y disfruten de la lectura, ¡pueden continuar!)

 

 

 

En las Entrañas del misterio

 

Hubo ciertos inconvenientes desde el inicio a causa de las diferentes locaciones de las potenciales testigos, en especial por lo distanciado que estaban unas de otras.

Muchas Dears = muchos países.

Utilicé el dinero que la doctora me facilitó a modo de adelanto por mis servicios para viajar hacia los casos allegados a mi decrépita oficina y en los que se encontraban radicados en el extranjero me dediqué a registrar las declaraciones, después de averiguar los números correspondientes, vía llamada telefónica e incluso mediante video conferencias. A continuación relataré algunas entrevistas que en un primer momento despertaron mi interés para luego llevarme hacia el estupor que despiertan las verdades ocultas. Por convicción propia he de mantener reservada la identidad de las distintas protagonistas, que serán reveladas únicamente para la evaluación del expediente completo y en manos de la abogada pertinente.

 

Testimonios

 

Dear 1: Ésta Dear radicada en Chile se expresaba con vehemencia y se sumó a la demanda casi sin pestañear. (¡Parecía que esperaba mi visita!)     

No conforme con su postura planteó exigencias a nivel “sudamericano” (mini giras regionales y cosas por el estilo) y celebró la idea de una demanda “colectiva”. El registro de la conversación por video mostraba una habitación y frente a una cama pude entrever el póster de un sugestivo y sonriente Dimash (que si supiera de los eventos que se desarrollaban, se borraría su sonrisa y no se vería tan confiado...)

Dear 2: Aquí la Dear se sorprendió con mi consulta (¡Wow!) y acto seguido declaró su acuerdo con la demanda. Y agregó una denuncia extra: ¿cual seria la figura delictiva ante un posible matrimonio de Dimash y la consabida devastación en el ánimo de la Dear? (“¡peligro!” pensé y me escabullí como un maestro ninja). Cuando la abandoné sin que se diera cuenta, aun se contradecía en voz alta al confesar que a lo mejor debiera perdonarlo, porque en rigor de la verdad... podría ser su madre.

Dear 3: Lo “ocurrente” de mi propuesta dio paso al frenesí que llevó a esta Dear de “demandante” a convertirse en “juez y jurado”. En un rapto de pasión desmedida idealizó un castigo: la sentencia seria efectiva (“¡marche preso!” según sus palabras) mas aun, en los limites de la demencia procesal, lo sentenciaría a cumplir condena bajo la estricta custodia... ¡de las propias Dears! (Antes de huir de aquel lugar. imaginé a Dimash con traje a rayas y custodiado por millones de guardia cárceles que con vinchas luminosas inspeccionaban la condena del convicto, celular en mano. Y entre lagrimas, obvio.)

Dear 4: La Dear me recibió y sostuvo su diálogo como si estuviese ensayando su reacción en un concierto de Dimash.

O sea, a los gritos.

_ ¡SIENTO LAS MISMAS EMOCIONES! ¡UN RECITAL EN LA CIUDAD AUTONOMA DE BUENOS AIRES YA! (y para no perder tiempo evitó la redacción de la demanda y pasó directo al castigo) ¡QUE SE CUMPLA LA CONDENA!

Dear 5: Con este testimonio puse en tela de juicio a mi cordura.

La Dear quería adosar al expediente (y cito textual): “daño colateral por dominar a tantas personas a la vez” (¿¡poseía Dimash poderes supresores!?) y “sumergirlas en un estado paranoico” (¿acaso también pretendían acusarlo de hacedor de obsesiones? ¡Corre por tu vida Dimash!) Salí a toda prisa como si llevase la muerte en los talones y hasta que la perdí de vista, la Dear me corrió varias calles al grito de: ¡SERA JUSTICIA!

 

La adherencia a la causa fue masiva, muchas coincidían en respuestas y en una reacción en particular a mi indagatoria. Después de presentarme con mi credencial de La Era Dimash, me atendían con amabilidad pero al ser notificadas de la situación y transitar ese vaivén efervescente en el espíritu Dear, contestaban un escueto: “ME SUMO A LA DEMANDA” (en tono neutro) y procedían a cerrarme con menos delicadeza la puerta en la nariz como si yo fuese culpable del choque de trenes emocional que les provocaba Dimash.

Recuerdo una situación que me puso en los límites de la vida y la muerte.

 

Amanecer de una Noche Agitada

 

Viernes. Bien entrada la tarde. Calle mal iluminada. La dirección en el arrugado papel que extraje del bolsillo era poco legible pero me confirmó la ubicación en la fachada de la residencia que tenía en frente. De mis espaldas, en una esquina en diagonal, provenía el delicioso aroma desde un local sin comensales (a excepción de un enjambre de moscas) con una enorme parrilla al aire libre que llevaba por nombre “Parripollo: El Chancletazo”.

En la vivienda timbre no había. Aplaudí primero con timidez y luego con violencia en parte para defenderme de los mosquitos sedientos de mi sangre, pero ningún movimiento me dio la bienvenida. La verja que separaba al terreno de la acera era baja y creí ver a la distancia, en la entrada de la casa, el timbre ladino que todo el tiempo se estuvo ocultando de mí. La puerta de rejas no ofreció resistencia e ingresé en el patio, camino a la entrada principal, rodeado por las sombras.

No sabía cuan verdadera y siniestra era esa metáfora de las oscuridades.

No fue uno, sino varios los gruñidos que me recibieron y en el momento que la notificación de MTV declaró el inicio de la competencia desde mi celular a todo volumen, empezó la cacería.

Siempre fui consciente de la importancia de una vida saludable, y agradezco ejercitarme con frecuencia, pero ese día batí todos los récords y me sorprendí  con habilidades desconocidas en mi persona.

A la reja que me impedía llegar a la calle la atravesé con un salto limpio, creo que ni apoyé las manos. El problema fue que los perros (entrenados por su dueña para espantar visitas en horario del “Request Dimash”) también hicieron lo propio y me perseguían como si llevase en mi cuerpo una apetitosa remera que decía “¡Arashi sos lo más grande que hay!” o “¡SB19 te quiero con mi vida!”. Crucé sin mirar, mis aullidos eran más horrendos que los de la jauría feroz a mi retaguardia y con el impulso endemoniado de mi huída pegué un salto ornamental para encaramarme a un árbol.

Un vecino se preguntaba: “¿Dónde dejó la garrocha?” al tiempo que yo me abrazaba del tronco como un marinero a una balsa en un naufragio. Con habilidad felina trepaba inspirado en la fortaleza del puma y en un arrebato juvenil abandoné mi veteranía por culpa de la desgracia que manchaba mi orgullo y mi vestimenta. A pesar de la vergüenza, revelo que dejé escapar el gimoteo de un niño y ascendí con los pañales tan sucios como los de un bebé. Escalé hasta una rama alta que se arqueó con mi peso hacia un edificio que me resultaba familiar y temí lo peor...

El parripollo el “chancletazo”.

Su asador incandescente se ofrecía a cobijarme al calor de las brasas con la culinaria intención de cocinarme el alma y las ancas, y para no engrosar mi desdicha me aferré con tal ímpetu que mis huellas quedaron grabadas en el cuerpo del árbol.

Y en esa posición, oculto en el follaje, esperé tres horas.

Para cuando bajé de mi escondite, (medio crocante debo señalar) si es que permanecía algún perro en las cercanías, debió huir despavorido de mi presencia maloliente. Me aproximé cuanto pude a la casa de la Dear, (hasta cierta distancia de la reja) que reclinada en una reposera se masajeaba las manos en un cuenco con agua helada y tras una breve conversación aceptó sumarse a la demanda.

Por razones obvias regresé a pie hasta mi oficina.

Una confesión: desde aquella noche decidí extremar las prevenciones para mi protección física, y por cierto, no he vuelto a ser el mismo.

Ni mi ropa interior tampoco.

 

Triste, Solitario y Final

 

En tus manos, Malena, se encuentra la absoluta veracidad de los claros propósitos de las Dears. La demanda cuenta con un apoyo denodado (¡temible incluso!) sin precedentes, tanto así, que supongo creará un verdadero caos en lo jurisprudencial. Aguardo recluido en mí guarida a la espera de algún ataque sorpresivo y definitivo (¡disparen cretinos! ¡Yo ya estoy muerto!) E imploro te resguardes en tu buen criterio para que nadie, excepto el juez, tenga acceso a este informe por el cual lo he dado casi todo...

 

..........

  

A ese principio de economía procesal (inicio de la demanda, presentación de testimonios, datos de los posibles testigos, prueba documental, etc.) la doctora Maria Elena Fragoso agregó el informe enviado por Carlos como una “ampliación de prueba documental” para ser presentado cuanto antes, de manera que el juez lo tuviera en su poder y en base a ello analizara todo el conjunto. Después de llamar a su secretaria para que enviara el paquete al juzgado, se sacó los lentes, se acomodó en la silla y reflexionó intranquila sobre lo que acababa de iniciar.

 

La demanda de amor, era un hecho.

 

 Fin de la segunda parte

 

 Gracias a los Beatles por su “A Hard Day’s Night” (anochecer de un día agitado), a Raymond Chandler por sus novelas policiales, a Osvaldo Soriano por su “Triste, Solitario y Final”, a Malena Fragoso por confiar una vez más en mis desvaríos y a los que siguen esta saga, que en la próxima entrega llega a su desenlace.

Como siempre, los esperamos. ¡Saludos Dears!