Segunda parte: “El Dimash Affaire”
Mi nombre es Lee Majors.
Las volutas de humo del
cigarrillo que sostengo no hacen otra cosa que acrecentar las penumbras y la
dificultosa definición del amoblado en la semioscuridad de la pocilga que me
sirve de oficina. Ni mis años como investigador ni la amistad que me une a
Malena Fragoso debieron suponer un compromiso, si hubiese sospechado las
incidencias que me llevarían a decodificar una trama tan sombría e inesperada en
el corazón del mundo Dear. Varios días de pesquisas fueron suficientes para:
recabar toda la información solicitada, acceder al testimonio de cientos (por
no decir miles) de implicadas y preparar un informe detallado y escrito bajo el
nombre en clave de: “El Dimash Affaire”.
Lamento ser el heraldo de la
revelación que me ha sido concedida, y lo lamento por Dimash, del cual me
declaro un ferviente admirador, pero en esta oportunidad temo decir que las
Dears, van por todo.
Y porque no confío ni en mi
sombra es que estoy aquí, en este lugar recóndito y preparado para lo peor. Me
parece oír pasos dubitativos (¡los aguardo rufianes, vengan por mí!) y ha de
saberse que si este es mi destino final, también puedo asegurar ¡que no será
solo el mío!
(Nota
del editor: Querido lector hay muchas y muy grandes exageraciones en este
primer párrafo:
No
solo que no se llama “Lee Majors” (además de que esta muy, pero que muy, muy
lejos de parecerse al actor estadounidense) sino que tampoco es detective.
Es
Carlos Rivadeneira.
Ni
tampoco está en juego la vida de nadie, simplemente esta juntando la evidencia
que la doctora Fragoso le pidió en la primera parte de la “demanda de amor”-
que supongo habrán leído-, y gracias a dedicar parte de su adolescencia a la
lectura y el cine considerado “policial negro” y que tiene una imaginación muy
activa es que se cree un investigador.
Y
el nombre Lee Majors le gustó toda la vida por como suena. Sencillo.
Solo
síganle la corriente y disfruten de la lectura, ¡pueden continuar!)
En las Entrañas del misterio
Hubo ciertos inconvenientes
desde el inicio a causa de las diferentes locaciones de las potenciales
testigos, en especial por lo distanciado que estaban unas de otras.
Muchas Dears = muchos
países.
Utilicé el dinero que la
doctora me facilitó a modo de adelanto por mis servicios para viajar hacia los
casos allegados a mi decrépita oficina y en los que se encontraban radicados en
el extranjero me dediqué a registrar las declaraciones, después de averiguar
los números correspondientes, vía llamada telefónica e incluso mediante video
conferencias. A continuación relataré algunas entrevistas que en un primer
momento despertaron mi interés para luego llevarme hacia el estupor que
despiertan las verdades ocultas. Por convicción propia he de mantener reservada
la identidad de las distintas protagonistas, que serán reveladas únicamente para
la evaluación del expediente completo y en manos de la abogada pertinente.
Testimonios
Dear
1:
Ésta Dear radicada en Chile se expresaba con vehemencia y se sumó a la demanda
casi sin pestañear. (¡Parecía que esperaba mi visita!)
No conforme con su postura
planteó exigencias a nivel “sudamericano” (mini
giras regionales y cosas por el estilo) y celebró la idea de una demanda
“colectiva”. El registro de la conversación por video mostraba una habitación y
frente a una cama pude entrever el póster de un sugestivo y sonriente Dimash (que si supiera de los eventos que se
desarrollaban, se borraría su sonrisa y no se vería tan confiado...)
Dear
2:
Aquí la Dear se sorprendió con mi consulta (¡Wow!)
y acto seguido declaró su acuerdo con la demanda. Y agregó una denuncia
extra: ¿cual seria la figura delictiva ante un posible matrimonio de Dimash y
la consabida devastación en el ánimo de la Dear? (“¡peligro!” pensé y me escabullí como un maestro ninja). Cuando la
abandoné sin que se diera cuenta, aun se contradecía en voz alta al confesar
que a lo mejor debiera perdonarlo, porque en rigor de la verdad... podría ser
su madre.
Dear
3:
Lo “ocurrente” de mi propuesta dio paso al frenesí que llevó a esta Dear de
“demandante” a convertirse en “juez y jurado”. En un rapto de pasión desmedida
idealizó un castigo: la sentencia seria efectiva (“¡marche preso!” según sus palabras) mas aun, en los limites de la
demencia procesal, lo sentenciaría a cumplir condena bajo la estricta
custodia... ¡de las propias Dears! (Antes
de huir de aquel lugar. imaginé a Dimash con traje a rayas y custodiado por
millones de guardia cárceles que con vinchas luminosas inspeccionaban la
condena del convicto, celular en mano. Y entre lagrimas, obvio.)
Dear
4:
La Dear me recibió y sostuvo su diálogo como si estuviese ensayando su reacción
en un concierto de Dimash.
O sea, a los gritos.
_ ¡SIENTO LAS MISMAS
EMOCIONES! ¡UN RECITAL EN LA CIUDAD AUTONOMA DE BUENOS AIRES YA! (y para no perder tiempo evitó la redacción
de la demanda y pasó directo al castigo) ¡QUE SE CUMPLA LA CONDENA!
Dear
5:
Con este testimonio puse en tela de juicio a mi cordura.
La Dear quería adosar al
expediente (y cito textual): “daño
colateral por dominar a tantas personas a la vez” (¿¡poseía Dimash poderes supresores!?) y “sumergirlas en un estado
paranoico” (¿acaso también pretendían
acusarlo de hacedor de obsesiones? ¡Corre por tu vida Dimash!) Salí a toda
prisa como si llevase la muerte en los talones y hasta que la perdí de vista, la
Dear me corrió varias calles al grito de: ¡SERA JUSTICIA!
La adherencia a la causa fue
masiva, muchas coincidían en respuestas y en una reacción en particular a mi
indagatoria. Después de presentarme con mi credencial de La Era Dimash, me
atendían con amabilidad pero al ser notificadas de la situación y transitar ese
vaivén efervescente en el espíritu Dear, contestaban un escueto: “ME SUMO A LA
DEMANDA” (en tono neutro) y procedían
a cerrarme con menos delicadeza la puerta en la nariz como si yo fuese culpable
del choque de trenes emocional que les provocaba Dimash.
Recuerdo una situación que
me puso en los límites de la vida y la muerte.
Amanecer de una Noche Agitada
Viernes. Bien entrada la
tarde. Calle mal iluminada. La dirección en el arrugado papel que extraje del
bolsillo era poco legible pero me confirmó la ubicación en la fachada de la residencia
que tenía en frente. De mis espaldas, en una esquina en diagonal, provenía el
delicioso aroma desde un local sin comensales (a excepción de un enjambre de
moscas) con una enorme parrilla al aire libre que llevaba por nombre
“Parripollo: El Chancletazo”.
En la vivienda timbre no
había. Aplaudí primero con timidez y luego con violencia en parte para
defenderme de los mosquitos sedientos de mi sangre, pero ningún movimiento me
dio la bienvenida. La verja que separaba al terreno de la acera era baja y creí
ver a la distancia, en la entrada de la casa, el timbre ladino que todo el
tiempo se estuvo ocultando de mí. La puerta de rejas no ofreció resistencia e
ingresé en el patio, camino a la entrada principal, rodeado por las sombras.
No sabía cuan verdadera y
siniestra era esa metáfora de las oscuridades.
No fue uno, sino varios los
gruñidos que me recibieron y en el momento que la notificación de MTV declaró
el inicio de la competencia desde mi celular a todo volumen, empezó la cacería.
Siempre fui consciente de la
importancia de una vida saludable, y agradezco ejercitarme con frecuencia, pero
ese día batí todos los récords y me sorprendí
con habilidades desconocidas en mi persona.
A la reja que me impedía
llegar a la calle la atravesé con un salto limpio, creo que ni apoyé las manos.
El problema fue que los perros (entrenados por su dueña para espantar visitas
en horario del “Request Dimash”) también hicieron lo propio y me perseguían
como si llevase en mi cuerpo una apetitosa remera que decía “¡Arashi sos lo más
grande que hay!” o “¡SB19 te quiero con mi vida!”. Crucé sin mirar, mis
aullidos eran más horrendos que los de la jauría feroz a mi retaguardia y con
el impulso endemoniado de mi huída pegué un salto ornamental para encaramarme a
un árbol.
Un vecino se preguntaba:
“¿Dónde dejó la garrocha?” al tiempo que yo me abrazaba del tronco como un
marinero a una balsa en un naufragio. Con habilidad felina trepaba inspirado en
la fortaleza del puma y en un arrebato juvenil abandoné mi veteranía por culpa
de la desgracia que manchaba mi orgullo y mi vestimenta. A pesar de la
vergüenza, revelo que dejé escapar el gimoteo de un niño y ascendí con los
pañales tan sucios como los de un bebé. Escalé hasta una rama alta que se
arqueó con mi peso hacia un edificio que me resultaba familiar y temí lo peor...
El parripollo el “chancletazo”.
Su asador incandescente se
ofrecía a cobijarme al calor de las brasas con la culinaria intención de
cocinarme el alma y las ancas, y para no engrosar mi desdicha me aferré con tal
ímpetu que mis huellas quedaron grabadas en el cuerpo del árbol.
Y en esa posición, oculto en
el follaje, esperé tres horas.
Para cuando bajé de mi
escondite, (medio crocante debo señalar) si es que permanecía algún perro en
las cercanías, debió huir despavorido de mi presencia maloliente. Me aproximé
cuanto pude a la casa de la Dear, (hasta cierta distancia de la reja) que
reclinada en una reposera se masajeaba las manos en un cuenco con agua helada y
tras una breve conversación aceptó sumarse a la demanda.
Por razones obvias regresé a
pie hasta mi oficina.
Una confesión: desde aquella
noche decidí extremar las prevenciones para mi protección física, y por cierto,
no he vuelto a ser el mismo.
Ni mi ropa interior tampoco.
Triste, Solitario y Final
En tus manos, Malena, se
encuentra la absoluta veracidad de los claros propósitos de las Dears. La
demanda cuenta con un apoyo denodado (¡temible
incluso!) sin precedentes, tanto así,
que supongo creará un verdadero caos en lo jurisprudencial. Aguardo recluido en
mí guarida a la espera de algún ataque sorpresivo y definitivo (¡disparen
cretinos! ¡Yo ya estoy muerto!) E imploro te resguardes en tu buen criterio
para que nadie, excepto el juez, tenga acceso a este informe por el cual lo he
dado casi todo...
..........
A ese principio de economía
procesal (inicio de la demanda, presentación de testimonios, datos de los
posibles testigos, prueba documental, etc.) la doctora Maria Elena Fragoso
agregó el informe enviado por Carlos como una “ampliación de prueba documental”
para ser presentado cuanto antes, de manera que el juez lo tuviera en su poder y
en base a ello analizara todo el conjunto. Después de llamar a su secretaria
para que enviara el paquete al juzgado, se sacó los lentes, se acomodó en la
silla y reflexionó intranquila sobre lo que acababa de iniciar.
La demanda de amor, era un
hecho.
Como siempre, los esperamos.
¡Saludos Dears!