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viernes, 28 de mayo de 2021

VOTOS CONYUGALES - Por Carlos Rivadeneira

 


Había un sentimiento que consolidaba el matrimonio de María y José: el desprecio mutuo.

¿Cuánto era el tiempo necesario para depravar el alma y en consecuencia transitar como un par de entes apáticos que se retroalimentan de cada vicio y de cada perfidia floreciente, incrementados por los que se conocen demasiado? O lo que es peor aún, ¿Hasta qué cumbres oscuras se eleva esa perversión que resulta tan dañina como certera cuando se produce entre dos que en alguna oportunidad se amaron?

Votos matrimoniales que se tuercen y desfiguran a sus esponsales en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad.

Y hasta que la muerte los separe…

 

………

 

1- María y José

 

_ MI-LA-SI-RE-DO-SI-DO

María recitaba con el mismo entusiasmo y afinación de quien deletrea el abecedario. El accidente la había dejado recluida en una silla además de llevarse gran parte de su lóbulo frontal como casi todo su extenso vocabulario, porque la sección cerebral encargada del habla (conocida como área de Broca) había sido dañada sin reparo posible.

A diferencia de José, siempre fue una mujer que supo estremecerse en los brazos del arte, con las caricias de la música ante todo. Acaso por ello esas notas musicales subsistieron protegidas en la región temporal de su cerebro para actuar como un rústico sistema de expresión oral, único medio para transmitir emociones como la alegría… o el temor.

 

_ MI-LA-SI-RE-DO-SI-DO

Las nubes reflejaban en su tenebrosa carga gris el espíritu de José mientras el chillido de la silla y la perorata de su esposa le machacaban una consonancia persistente y fastidiosa. Suponía que aquella cháchara repetitiva que María pronunciaba no era otra cosa que alguna melodía aprendida en sus clases de piano.

Y en parte era cierto pero no del todo.

Nunca le interesó la música ni nada que tuviera que ver con ello, era un hombre básico en emociones, que por haber vivido entre los bastidores de un mundo de dígitos, valores y finanzas había dedicado sus dones al exclusivo arte de realizar dinero en cantidades suficientes para vivir holgado en lo económico y sin la más mínima empatía por los pobres imbéciles que perdieran los sueños además de la riqueza al haber depositado todo en sus inescrupulosas manos.

Sonreía ante el recuerdo de un joven José: apuesto, insaciable y sagaz.

Belleza

Ambición

Astucia

El cóctel psicopático de los dioses.

 

_MI-LA-SI-RE-DO-SI-DO

Un hilillo de saliva se deslizaba al ritmo de aquel mantra por las comisuras de la boca de María; lenta y viscosa protesta de un cuerpo maltrecho e inactivo que desde una íntima manifestación reclamaba por algún giro inesperado, liberador.

El pecho le quemaba con el deseo de exteriorizar la libertad que debió reclamar muchos años atrás, cuando aún el accidente no era otra cosa que un boceto indefinido en la bitácora de su destino y la torpeza de su corazón ya no le indicaba hacer lo contrario a sus relegados sentimientos, tanto tiempo sometidos a una balanza encargada de equilibrar las insuficiencias amorosas con el bienestar material, manipulada por una entidad fría, marmórea y tan ciega e ineficaz como la Justicia.

El regocijo que le permitió evacuar el coágulo que obstruía las arterias de su matrimonio infeliz llegó con el trino de una voz, fue como si sangre fresca respondiese la solicitud de oxigeno a un asfixiado corazón.

Encontró que otras personas alrededor del mundo legitimaban el efecto catártico derivado de aquella voz. La gama de testimonios iban desde el simple y puro deleite del arte en su máxima expresión al progreso paliativo de enfermedades con diferentes intervalos de experiencias, intercaladas de acuerdo a cada caso pertinente. Del proceso a través de las obras de ese intérprete, crecieron las alas que María necesitara para remontar vuelo hacia su autonomía y mediante una de esas canciones, prolongaría su ascenso hacia las alturas idílicas mientras que la vida vertiera con su cuenco el óleo dorado que destila del ensueño sobre el soplo de la memoria emotiva.   

 

_MI-LA-SI-RE-DO-SI-DO

José tomó de uno de sus bolsillos un paquete de pastillas de menta y se llevó una a la boca, estos dulces lo acompañaban desde que decidiera abandonar el hábito del cigarrillo por convicción propia y a fuerza de una voluntad admirable. Algún apoyo terapéutico podía intentar ayudarle a renunciar al vicio pero no a desistir de las malas costumbres.

Para ello se necesitaban cojones. Y para no conmoverse con el panorama ante sus ojos también.               

El paisaje exhibía una arquitectura natural digna de otro planeta, los colores que ostentaban las irregulares elevaciones variaban del azul a tonos grisáceos y rojizas extensiones que fundían sus tonos en depresiones anaranjadas y pendientes ocres que dependían de una caprichosa aparición solar. Tras fruncir su nariz, porque el aire debía haberse perfumado con notas de azufre para darles la bienvenida, se volteó para ver tanto a su esposa como a su vehículo y no le sorprendió hallar a ambos en una misma posición. No obstante su automóvil, a diferencia de su entumecida mujer, danzaba como un espejismo en la distancia. Estaban en un sitio vedado para casi todo tipo de turistas pero sus influencias le permitieron un acceso de privilegio. Un momentáneo resplandor en el cielo le llamó la atención y observó como los nubarrones que les escoltaron durante su travesía fluctuaban en un floreo misterioso de contraposiciones; porque si el arquitecto de aquel paraje untó sus manos con una complejidad de colores y relieves para luego frotarlas en la tierra, lo mismo emulaba el sol en una bóveda que intentaba plagiar el caos de belleza reinante a sus pies.

José pensó que paradójicamente en ese simulacro alfarero de la creación, tendría fin la vida de su mujer.

 

2- Keh’Did y Nak’Tly

 

Desde un tapete de constelaciones que le brindaban sosiego, Garuda escudriñaba el coliseo de bóvedas formadas con diminutos cristales de hielo, gradas de consistencia gaseosa y columnas de suspendidas gotas de agua. Atento a los incidentes que estaban por suceder desplegaba unas opulentas alas que amenazaban ocultar al sol. Las huestes espirituales que conformaban el tribunal elegido estaban al tanto que el dios de las aves se mantendría al margen en esta tragedia como en tantas otras oportunidades y no habría impedimento para que el grupo de insurrectos sufriera un castigo acorde a la transgresión infame de sus actos.

Se amaban con locura, y morirían por ello.


Entre el clan de los Cygnus, sobresalía el guerrero Keh’Did. Símbolos entrelazados aun más pálidos que su piel le enmarcaban el rostro y se prolongaban en los laterales de su cabello. Detrás de él, la comitiva de condenados bailaba la danza ritual de los exhaustos envueltos en túnicas carmesí que contrastaban con el níveo matiz de sus cuerpos alados y en sus delicadas plumas se realzaba el rocío que sus movimientos levantaban del lago enclavado en el centro de aquel traslúcido anfiteatro.

Próximo a su ser, Keh’Did sentía la suave ondulación de su razón de existir: Nak’Tly.

 

Una cascada de rizos color avellana se despeñaba desde su cabeza en caída libre mas allá de su esbelto cuello y de la curva de sus pechos en un celoso intento de contener la hermosura de sus rasgos. Nak’Tly levitó hacia Keh’Did, necesitaba una caricia de su amado para nutrirse del contacto con su piel, para oír el palpitar de su corazón. Quizá por una última vez.

Al abrigo de los brazos de Keh’Did, sus ojos azules presenciaron la aparición de figuras oscuras y feroces que se materializaban en el aire como un presagio de la inminencia de su desdicha, que una vez erguidos en su monstruosa apariencia esperaban entre resoplidos el permiso del tribunal para iniciar el hostigamiento.

El joven Cygnus aproximó su rostro a Nak’Tly y le dijo:

_Mírame a los ojos, estoy atado a ti y sin tu amor nada me es necesario, no concibo una soledad tan penosa como la que podría sufrir con la ausencia de tu calor. Como bien sabes, los Cygnus no pueden vivir separados, hare todo lo posible para mantenerte con vida aun a expensas de la mía – se tomó un momento para secarle las lágrimas con ternura – pero si no logro mi cometido dejaremos este plano uno en brazos del otro, porque nuestro amor no acabará.

A Nak’Tly le llegó una imagen distorsionada de Keh’Did, sus ojos empañados luchaban por atesorar la mejor versión de su fisonomía

_ Eres el alma de mis fantasías - le respondió ella – me tortura el corazón la sola idea de extrañarte, por favor, entrégate. Prolonga tu vida y desiste de esta insurrección, recuérdame en tus sueños e imagina que me tomas a mí y no a otra, cobíjame con tu amor y apresúrate para abandonarme a mi destino.

El negó con firmeza y sus instintos le permitieron resguardarla con velocidad en el momento que una cercana explosión seccionaba las alas de un miembro de su séquito.

 

Las descargas que fracturaban este ciclo privado del espacio y el tiempo encontraron un receptáculo varias dimensiones por debajo de aquel campo de batalla incorpóreo. Una tierra provista de formas y colores ambiguos en el mundo de los mortales funcionaría como vertedero de la sangre inocente derramada.

Un pavoroso temblor anticipó la resonancia de las trompetas celestiales y como un principiante atemorizado frente a una tarea desconocida, José aprendió a conmoverse con el sonido de una melodía.

 

3- Principio y Fin

 

El primer rayo impactó a una distancia alarmante.

La sorpresa que produjo en José dibujó en su rostro la misma expresión que tendría si un extraño le hubiese palmeado el trasero, no estaba acostumbrado a que lo tomaran desprevenido a ningún nivel jerárquico y sin importar que la procedencia de la humillación fuese de este mundo o no. Sonidos que no podía especificar pero que sugerían algún tipo de contienda vibraban desde un punto indefinido en el cielo.

Una segunda sacudida levantó piedras y arena que lo golpearon en la cara y retrocedió tambaleante hacia una dirección incierta para que su cuerpo fuese acogido por un nuevo sobresalto; una embestida como un tren fuera de control le pegó en el pecho y momentáneamente le concedió uno de sus escasos sueños: la habilidad de volar.

 

(Keh’Did estrujó el cuello de la bestia y ambos cayeron en medio de una prensa mortal que iniciaba su transgresión a otro estado de la materia, a otro campo de batalla. Con sus enérgicas alas planeó sobre un terreno árido y antes de impactar en el suelo le pareció ver a una dama en un carruaje monoplaza, decidido a evitarla modificó su curso y en esa alteración de rumbo un hombre de cabellos blancos fue víctima de su aterrizaje accidentado.

En el roce con ese humano se produjo un intercambio espontáneo, indefinible,  para que las cargas que apresuraban el amor y el odio en sus corazones encontrasen un equilibrio que los vinculara en los límites donde el terror oscila su péndulo entre la vida y la muerte.

Una alianza no implícita, una confusa parodia de la luz y la oscuridad hundida en una anarquía de improbabilidades, floreció en dos hombres igual de ardientes pero con pecados tan enemistados como el bien y el mal.)

 

Desde un punto de vista objetivo y metódico José había planificado sus vacaciones con lujo de detalles incluido el asesinato de su mujer, aunque en su itinerario no figuraba el choque de fuerzas desconocidas que pudiera costarle la vida.

Como tampoco contaba con una transferencia en sus sentimientos.

Con el torso adolorido, preso de la confusión quiso acercarse a María para corroborar su estado de salud, pero lo que ocurría varios pasos detrás de ella le congeló la sangre. Eso no era posible.

Un espécimen alto y bello como un semidiós, acaso dos metros por encima de una estatura estándar, le arrancaba la cabeza a una bestia negra de dimensiones aún mayores

_“¿Qué demonios está ocurriendo?...” –murmuró algo que se suponía solo escucharía él. Pero no fue así.

Keh’Did reconoció la palabra oscura y tras una corta carrera desplegó sus alas hacia José, pasó a vuelo rasante sobre su cabeza y se alejó en ayuda de otros congéneres.

José siguió con la vista las maniobras que Keh’Did ejecutaba, del cielo descendían columnas de fuego que con precisión quirúrgica trazaban figuras en la superficie y lo perseguían como cuando un niño cruel acecha a una hormiga con el ardor del sol a través de una lupa. El corazón de José saltaba encabritado y resuelto corrió hacia María, huirían de ese lugar, ya no importaba la enfermiza razón por la que había elegido aquel sitio, haría todo lo posible para mantenerla con vida aun a expensas de la suya.

 

(Los cañones descargaban impulsos escarlatas sobre el terreno y su cosecha era exitosa porque hendían la tierra y sembraban la muerte, el intento de resistencia de los Cygnus distaba de resultar alentador y Nak’Tly lo supo al ver que los cuerpos de varios sometidos adornaban con su descomposición esa colorida necrópolis. De repente la tomaron de su mano para llevarla en una carrera desesperada y reconoció a Keh’Did marchar a su lado, las fuerzas del guerrero mermaban y prefería reservar la energía de sus alas.)

 

El rigor de la batalla parecía desvanecerse junto a las explosiones que se derramaban como una lluvia rubí en derredor de José, el desenlace de la matanza de la cual fue testigo lo encontró derrumbado y con heridas que de a poco lo aproximaban a la muerte, una hemorragia interna le hizo expeler un chorro sanguinolento que le corrió por la camisa, y allí cayó en cuenta de que entre sus brazos sostenía el cuerpo sin vida de María.

La lividez de su rostro, la opacidad de sus ojos, el silencio de sus labios, la frialdad de su cuerpo y un corazón inanimado fueron la herencia que ella le confió en su regazo.

Le dejó todo.

Le fue fiel hasta el final. 

Recién entonces lloró tristemente porque sus asesinas intenciones se habían cumplido. Y también lloró para que su alma miserable recibiera una tardía redención: dejar ese plano, uno en brazos del otro.

El último beso que colocó en los labios de su mujer le supo tan dulce como el primero y al calor de una luz incandescente, un rayo feroz los barrió para siempre.

 

(Keh’Did luchaba por contener el llanto. Inclinado en la tierra sostenía a Nak’Tly que le miraba con una mirada asustada y vacía, con manos temblorosas recorría el rostro de su amado para moldearlo como el último de sus recuerdos. Un brillo le renovó el fatigado semblante y se iluminó con una efímera y desconocida expresión que desconcertó a Keh’Did. Ella le pidió que se acercara y el obedeció, lo miró con una expresión entre tierna y agradecida y le dijo con una extraña voz de armonía híbrida:

_ Keh’Did, ahora somos felices gracias a ti – y acercándose aun mas agregó - MI-LA-SI-RE-DO-SI-DO.

Lo besó con cariño, un halo radiante como el sol abandonó su cuerpo con el último aliento y murió en sus brazos.

 

Los Arcanos del tribunal se miraron estupefactos y alguien pregunto:

_ ¿¿Eso es óleo dorado?? - y atemorizado añadió - ¿maestro? ¿Qué signific…?

Nunca llego a completar la frase.

En ese momento Keh’Did liberaba un poder definitivo y devastador:

El Canto del Cisne.

 

 

Epílogo

 

La destrucción fue absoluta en la tierra y en el cielo.

El tribunal inquisidor, sus acólitos adulones y las criaturas oscuras fueron sacrificados a base del peor castigo: el destierro de la creación, la inexistencia incondicional.

Garuda, que era un dios de palabra, no había intervenido en un castigo que consideraba deplorable, pero esto no le impedía juguetear con los eventos adyacentes como la transmigración de los anhelos catastróficos que nacen en el corazón de humanos y seres sobrenaturales y desatan tempestades que no se ciñen a las leyes universales. En cuanto al tribunal y sus pérfidos integrantes habían recibido lo que merecían.

No hay nada que Garuda deteste más que las serpientes.

 

Desde la superficie de la Tierra, las energías inmateriales de Keh’Did y Nak’Tly volaban hacia otros lugares fusionados a dos almas deseosas de una segunda oportunidad.

Porque como bien se sabe, los Cygnus no pueden vivir separados.

 

 

Fin

. . . . . . . . .

 

En la provincia española de Huelva, Andalucía, se encuentra un lugar cargado de historia, misterio y belleza: las Minas de Riotinto. Su fantástico paisaje sugiere una semejanza con las imágenes que conocemos de las superficies tanto marciana como lunar y le confiere una extraordinaria fachada extraterrestre. Allí se grabó el video de la canción “Love of Tired Swans” (El Amor de los Cisnes Cansados) de Dimash.

 

A esa canción, por ser una de mis tres preferidas de Dimash, dedico este relato.

 

Algunas cuestiones a tener en cuenta:

·        La seguidilla de notas musicales que pronunciaba María corresponden a los primeros compases del estribillo de la canción.

·        El diálogo entre Keh’Did y Nak’Tly es una versión libre de la letra de la misma obra, adaptada obviamente a mis intenciones literarias.

·        El nombre de estos dos personajes surgen de la extracción de letras incluidas en un par de nombres que quizás les resulten conocidos: Dinmukhamed y Kanatuly...

Otras referencias las dejo a su libre albedrío con el propósito de no limitar vuestra imaginación.

 

Un especial agradecimiento para dos grandes amigos: a Martín Aguirre (¡Martincho!), exquisito compositor que con su amplia sabiduría me ilumina en cuanto a técnicas y comprensión musical; y a Juan Althabe (¡Juancho!), doctor especializado en traumatología que es mi asesor en el terreno de la anatomía, patologías, etc.

 

Este es el anteúltimo relato de “historias imaginarias” centradas en la figura de Dimash, gracias por su lectura, perdón por la extensión del mismo y los esperamos en la próxima columna.

¡Saludos Dears!